martes, 8 de diciembre de 2009

El polvo de tiza daña los pulmones

Muchas veces no somos conscientes, de como salir con un sólo minuto de diferencia por la puerta de casa puede cambiar de manera absoluta nuestra existencia, de como cruzar por un paso de cebra u otro puede hacer que todo nuestro futuro varíe. Pero bueno, al fin y al cabo no tiene mucha importancia, ya que sigue tratándose de nuestra propia vida, en la que teóricamente nosotros tenemos que llevar las riendas.
El verdadero conflicto surge en otro momento, cuando nuestros actos hacen que el camino de los demás gire drásticamente. No empiecen a bostezar no voy a hacer una reflexión sobre el alcohol al volante, el tema que hoy me incumbe es mucho más importante, el oficio que más puede influir en las proyecciones personales de nuestra sociedad ¿ Los médicos? ¿ Los artistas? me temo que no, el grupo que recibe más responsabilidad sobre el futuro son, claramente, los profesores.
Sí, los profesores, tantos odiados y tan pocos apreciados, y de una manera completamente justa , por cierto. Nuestros queridos docentes no parecen darse cuenta, en la mayoría de los casos, de el potencial al que tienen acceso día a día. Lleno de pesadumbre he podido contemplar como los dedicados a la enseñanza se tomaban su jornada como si fuese cualquier otra labor la que desempeñasen. ¿ Qué habría pasado con Hitler si hubiese tenido un maravilloso profesor de taller de madera? ¿ O con Einstein si en el colegio alguien le hubiese mostrado las maravillas de la filología árabe? Sería una idiotez negar la evidencia de que si Herr Schimacker, el profesor de carpintería del pequeño Adolf, hubiese puesto algo de empeño en hacer atractivas la sierra y la lima, y hubiese antepuesto su deber a sus estúpidas miserias personales, la historia habría seguido otro camino y el joven Adolf Hitler podría haber sido conocido por unas exquisitas, y algo barrocas, molduras para cabañas forestales, y no por terribles crímenes contra la humanidad y la civilización.
De acuerdo, es muy probable que el anterior ejemplo esté algo forzado, pero es necesario recurrir a los extremos para expresar una idea con claridad. Si preguntamos a nuestro más cercano círculo, la probabilidad de encontrar a alguien que haya apreciado el amor hacia algo a partir de las aulas es bastante grande, pero más aún si buscamos a alguien que por el contrario odie algún tipo de disciplina, sin temor a precipitarme estaría dispuesto a asegurar que la culpa es de algún educador. Ya a punto de acabar un gran ciclo en mi enseñanza he podido recibir adoctrinamiento de un amplio número de profesores, en los que en pocos he encontrado el ímpetu que puede condicionar los gustos, las decisiones y las cosmovisiones de sus educandos. Visto así seguir el camino del magisterio parece muy jugoso, el introducirse a partir de pequeñas connotaciones en las mentes aún en proceso de formación de la juventud, sin nombrar las atractivas vacaciones, pero no, me sería imposible. Como en todo, el grado de inconsciencia global aturde, y pocos acabarán dándose cuenta de como en su verdadera mano está la repulsión o la pasión, de como un buen profesor es un referente al que se alude hasta la muerte, y de como uno malo es olvidado sin más historias, quien ni tan siquiera merecería el título de profesor. A la enseñanza no se puede llegar de rebote, tiene que ser una verdadera prioridad para que sea desempeñada con verdadero éxito, viviendo para enseñar dejando a un lado el ejercerla para vivir, porque ¿ Cómo si no va a ser soportable repetir y repetir año tras año lo mismo, el ver como todo tu entorno cambia, menos tus compañeros de profesión, el contemplar como ese jovenzuelo que diste clase por vez primera con 11 años se dirige a la universidad, mientras hasta tu jubilación tú seguirás en el mismo aula? Parece imposible, parece lo más tedioso que se pueda imaginar si esta labor no se hace con verdadera vocación, no con el objetivo de enseñar, sino con el intento de transmitir tu pasión, abrir los ojos hacia tu mundo y dedicación. Pero como todo lo bueno, esta manera de afrontar cada mañana frente a la pizarra es casi utópica, consiguiendo que mi lista negra este llena de supuestos profesores sin sangre en las venas ni espíritu didáctico, de zombies de la enseñanza que transmiten su agotamiento con sólo verles, que contagian aburrimiento. Si algo tengo que decir de mis buenos profesores, es que todos tenían y tienen algo que les aporta ese carácter excepcional, un personaje subyacente que aparece en los mejores momentos, una buena dosis de excentricismo, además de nunca apreciados en todos sus aspectos por la inmensa mayoría hasta el punto de no ser bien considerados, pero ante todo tengo de destacar lo más curioso de todos estos maravillosos profesores, me suspendieron hasta que pudieron.